Aunque desde hace ya al menos 15 años que me presento ante grandes aforos y ya uno tiene tablas en esto de hablar en público, aquella tarde no me encontraba yo centrado en saber transmitir mi experiencia de vida cristiana en la formación hoy del creyente. Esa tarde no hablé yo, simplemente me enconmendé y me dejé en sus manos.
Al igual que los discípulos en Pentescostés se encontraron hablando lenguas diferentes para poder llegar a cualquier parte del mundo y a oídos placenteros para oir, fue esa tarde la que me reconoció que esas palabras salían de mi boca pero no eran creadas por mí. Era el impulso de algo que sabía que debía confiar para poder llegar a los corazones de los que allí estaban. Fue el Espíritu Santo.
¡¡¡Y cuántas veces Dios mío no me doy cuenta que eres tú quien me impulsa y me hace fuerte cuando soy débil!!!!
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