Al aceptar en mi vida el seguimiento de Cristo, me veo obligado cada día a impugnar el mundo en el que vivo, no porque este mundo sea malo, al contrario, es el lugar de la presencia de Dios y es el medio en el cual se realiza la salvación. En medio de esta generación, y frente a la impugnación del mal, debo aparecer como el pobre de Dios que vive plenamente el espíritu de las Bienaventuranzas. Es el único camino para la santidad, y a la luz de este espíritu se juzgará la excelencia de mi vida cristiana, y también mi irradiación apostólica.
Tengo que evangelizar en la medida en que la luz de las Bienaventuranzas ilumina mi rostro y se proyecta en los demás. Para vivir así, será necesario que vayas en contra de la mentalidad ambiente, que aceptes el ser pobre, humilde y puro.
Puedo leer los primeros capítulos de San Pablo a los Corintios para comprender que Dios despliega siempre su fuerza a través de la debilidad. En una palabra que resume todo: el cristiano vive “en un mundo al revés”.
Llevar la cruz, cada uno la nuestra, es entrar en esta misteriosa sabiduría que es incomprensible a los poderosos. Es la actitud adoptada por Jesús, el pobre de Yavé por excelencia. Más que nunca, te encuentras aquí en un clima teologal, es decir que te es imposible con tus solas fuerzas adquirir el espíritu de las Bienaventuranzas. Sólo Cristo pobre puede dártelo o, mejor aún, es el único que puede vivirlo y realizarlo en ti.
Llevar la cruz, cada uno la nuestra, es entrar en esta misteriosa sabiduría que es incomprensible a los poderosos. Es la actitud adoptada por Jesús, el pobre de Yavé por excelencia. Más que nunca, te encuentras aquí en un clima teologal, es decir que te es imposible con tus solas fuerzas adquirir el espíritu de las Bienaventuranzas. Sólo Cristo pobre puede dártelo o, mejor aún, es el único que puede vivirlo y realizarlo en ti.
«Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9).
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