sábado, 5 de diciembre de 2009

Ven y verás a los misericordiosos

Las Bienaventuranzas aspiran a formar en mi un corazón de pobre, abierto, disponible, olvidado de ti y capaz de don. La pobreza es un fruto que nace del árbol del amor. Empieza a amar a tus hermanos hasta sentirlos iguales a ti: entonces este amor te llevará muy lejos. Lo mismo que ha conducido a Jesús a despojarse de sus riquezas para enriquecerte a ti con su vida, te harás pobre y humilde e intentarás entregar a tus hermanos no sólo tus bienes sino también tu persona.
En sí misma la riqueza no es un mal, es de suyo indiferente, y aún útil, pero si no tengo cuidado, desarrolla en mi una apropiación que me hace esclavo y me empuja a la vanidad de mi yo. Siempre estoy amenazado de ser un rico por mi cultura, mis valores humanos y espirituales y por mis éxitos apostólicos. Un pobre no tiene ya su centro de gravedad en él, acepta el perderlo todo por Jesucristo, está enteramente abierto al otro y depende de él. Sé pues un pobre, es decir, un varón de deseos, apasionado por la justicia y la solidaridad.
Y al igual que Natanael en el evangelio de San Juan respondí: "¿Y qué puede salir bueno de mí?" Y me contestaron: "Ven y verás"
Yo lo he visto.

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