miércoles, 21 de abril de 2010

El Don de la Eucaristía


En aquel tiempo, la gente le pregunto a Jesús: «¿Qué señal vas a realizar Tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo». Jesús les respondió: «Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed». Jn 6,30-35

Uno de los mayores dones que tenemos los cristianos es la Eucaristía. Cuando nos presentamos ante la Sagrada Forma, estamos verdaderamente en presencia del mismo Dios. Por eso, durante la consagración del pan y del vino nos arrodillamos y adoramos al Señor que se hace nuestro alimento. Reconocemos que es Dios nuestro Señor: "Señor mío y Dios mío. Dios mío y Señor mío". Jesús es verdadero pan, es nuestra fuerza, nuestro sostén y consuelo. Así como es imposible vivir sin comida, del mismo modo, es imposible afrontar la existencia cristiana sin este pan sacramental.
Preguntémonos ahora cuál es el pan de nuestra vida. ¿Qué es lo que le damos por alimento a nuestro corazón? ¿Diversiones, bienes materiales, distracciones, actividades? ¿Hemos hecho ya de la Eucaristía el centro de nuestra vida cristiana?
Si no nos es posible comulgar a diario podemos hacer comuniones espirituales. El evangelio de hoy se cierra con una promesa de Jesucristo: Él nos dice que si compartimos la Eucaristía, nunca más volveremos a tener hambre o sed. Es decir, viviremos en una plenitud y felicidad plena, sin necesidad de llenarnos de nada más, fuera de Dios.

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