viernes, 30 de abril de 2010

¿En qué Dios creen nuestros jóvenes?

Actualmente la fe en los jóvenes no vive sus mejores momentos, pero debemos de pararnos, según nos cuestiona el texto, acerca de cuál es la relación (filiación) que tienen nuestros jóvenes con Dios.

Probablemente la confianza que buscan los jóvenes van buscando la inmediatez, la seguridad mal entendida y las alternativas de un mundo cada vez más superficial hace que Dios ocupe un muy discreto lugar en sus vidas. La profundización en esta realidad quiere ayudarnos a dar respuesta a las preguntas que nos plantean nuestros alumnos. Queremos «estar siempre prontos para dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere» (1Pe 3, 15b). Pero muchas veces no es así.

Es claro que la realidad de los jóvenes es mucho más compleja de lo que a veces pensamos. Por ser una realidad diferente y en permanente cambio, es necesario que en nuestras parroquias, movimientos y grupos de fe enfoquemos cuidadosamente esta llamada y que podamos proveerles líderes idóneos y conducirles de manera tal que puedan conocer al Señor y caminar con él, siendo sal y luz en nuestros ambientes.

Aunque las encuestas den unos resultados esperanzadores, bien es verdad que a pie de calle, sabemos que la creencia en Dios se mantiene con una respuesta poco sólida: “Yo creo en Dios a mi manera”. A lo que deberíamos de responder que, esa, es la única manera que Dios no quiere que creamos en Él. Ese Dios objeto de las creencias se va despersonalizando y van ganando terreno otras concepciones de lo divino, a la par que disminuye su importancia en la vida personal. La idea de un «espíritu o fuerza vital» es aceptada como una “energía, un ente no material y volátil” (muy influenciado por filosofías orientales) que sin saber explicar muy bien los jóvenes, tranquiliza sus conciencias e influye para no seguir comprometidos en nada concreto.

Hoy es necesario mostrar el verdadero rostro Dios. La religión católica no puede reducirse a un sistema de conocimientos, valores, principios o nociones que se puedan explicar o rebatir desde la racionalidad o la cultura. No es un constructo; es vivencia. Es la confesión de las Personas divinas, del encuentro personal con Aquel que se ha revelado como plenitud de Amor y nos ha tocado con su gracia.

Con esperanza renovada, queremos caminar al lado de Jesucristo, para que cuando Él se dé a conocer, como a los discípulos de Emaús, nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro, escuchar su mensaje y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)

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