A causa del pecado original de los primeros padres, todos nacemos privados de la gracia que Dios les había concedido gratuitamente a ellos y sus descendientes. La naturaleza humana quedó además herida, y con nuestras fuerzas no podemos cumplir, por mucho que queramos, ni siquiera la ley natural. Pero Dios, compadecido de nosotros y por los méritos de Jesucristo, concede e infunde en el alma el don maravilloso de la gracia. La concede gratuitamente y sin que nosotros la merezcamos, para que podamos alcanzar la vida eterna.
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