Hoy día oímos hablar mucho del esfuerzo, de la necesidad de esforzarse para conseguir algo en la vida. Sin embargo, la sociedad del bienestar nos está vendiendo la idea contraria a la necesidad del esfuerzo. Parece que la comodidad y el confort se pueden alcanzar sin trabajo e incluso que estén reñidos con él. Esta idea supone un coste que afecta de forma especial a los niños y jóvenes. Observamos que los niños presentan una incapacidad alarmante para soportar esfuerzos. Incapacidad que supone consecuencias muy negativas para la persona como sentimientos de impotencia y conformismo; la no valoración de las cosas y, consecuentemente, la incapacidad de disfrutar de ellas y la falta de entusiasmo.
Estos factores pueden desembocar en conductas de riesgo para el desarrollo personal, como el consumo de sustancias asociadas a la obtención de placer fácil o bien para poder soportar el esfuerzo que supone la realización de determinadas actividades: ir de marcha sin cansarse, comer sin engordar, etc.
Muchas veces, con tal de evitarles cualquier sufrimiento, se procura que no se enfrenten a situaciones que les supongan algún esfuerzo o contrariedad, sin reparar en que con ello se corre el peligro de contribuir a la formación de una personalidad débil, caprichosa e inconstante, incapaz de enfrentarse a cualquier tarea seria y ardua en el futuro.
La clave no está en evitarles el sufrimiento sino en dotarles de estrategias y habilidades que les ayuden a desarrollar las capacidades necesarias para enfrentarse a las dificultades y contratiempos que se les presenten.
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