lunes, 19 de noviembre de 2007

Perdonamos a los que nos ofenden...

Rezamos en el Padrenuestro sin saber qué decimos. Y si esto es chocante, más duro es saber decirlo y pedirselo, al primero, a mí. Me ha dado por pensar un poco la medida de ese "perdonar a los que nos ofenden".
Primero porque, aunque parezca lo contrario, es muy difícil perdonar a quien te hiere. Cuantas veces me gusta medirme con fortaleza y coraje el mal que hacemos, e intento justificar el que me hacen. Y, si no reconozco haber sido ofendido, es imposible perdonar, eso no me hace impune.

Hoy he entendido que Perdonar no es "asumir que el otro en realidad no me hizo un mal", sino "asumir que el otro me hizo un mal, injusto e inmerecido... y aún así, perdonarle". Punto uno, y ya dificilísimo.
El perdón no debe darlo la voluntad, sino el corazón. Mientras no podamos mirar con amor a quien nos he hecho daño, aún no hemos perdonado del todo, aún debemos algo más pedir por ello. Segunda en la frente.
En tercer lugar, no puedo pedirle nada a cambio, un gesto para su arrepentimiento. El perdón, como fruto del amor, es un regalo (regalar=amar no es esperar): aquí como cristiano doy el perdón a quien no se lo merece, igual que Dios me perdona aun cuando no me lo merezco.
Y cuando ya está todo, sólo queda el nuevo amor. Más aún, ahora contigo me exijo aún más la corrección fraterna.

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