Si hoy tuviera que releer la lectura de ayer sábado, (Mc 2, 13-17) volvería a plantearme que hubiese hecho yo si se hubiese acercado Jesús a mí y me hubiese preguntado quien soy. Y sobre todo, ¿y si me impera seguirlo?
Sígueme. Que palabra más contundente. Incontestable. Solo existe una opción ese imperativo saliendo de los labios de Jesús.
¿Y yo, sería capaz de seguirlo, o agacharía la cabeza intentando ocultar mis ojos de sus mirada?
Solo tengo una respuesta. Me encuentro vacío. Padre, dame la fuerza y la gracia del espíritu para poder seguirte. Estamos en la manos del alfarero.
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