Caridad y purificación son dos palabras que Jesucristo logró sintetizar con el gesto del lavatorio de los pies a sus discípulos. La revolución de la toalla.
Si acogemos las palabras de Jesús con el corazón atento, nos invita el Evangelio del lavatorio de los pies: a dejarnos siempre de nuevo lavar por esta agua pura, a ser capaces de la comunión con Dios y con los hermanos.
Pero del costado de Jesús, tras el golpe de la lanza del soldado, no sólo salió agua, sino también sangre. Jesús no sólo habló, se entrega a sí mismo. Nos lava con la potencia sagrada de su sangre, es decir, con su entrega "hasta el final", hasta la Cruz.
Su palabra es algo más que simplemente hablar; es carne y sangre "por la vida del mundo". En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla nuevamente ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que seamos cada vez más penetrados por el baño sagrado de su amor y de este modo quedemos verdaderamente purificados. Tenemos necesidad del "lavatorio de los pies", el lavatorio de los pecados de cada día, y por este motivo necesitamos confesar los pecados».
Tenemos que reconocer que también en nuestra nueva identidad de bautizados pecamos. Tenemos necesidad de la confesión tal y como ha tomado forma en el sacramento de la reconciliación. En él, el Señor nos lava siempre de nuevo los pies sucios y nosotros podemos sentarnos a la mesa con Él.
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