Ayer lunes santo viví mi primera estación de penitencia como hermano de Vera Cruz. El recorrido, al igual que el tiempo de cuaresma, lo he vivido (todavía en presente) de una forma especial. Con la invitación penitencial de cargar con la cruz me invitaba a reflexionar sobre mi vida. Con la exigencia de adentarme en mí y ponerme a andar el camino de hermandad, el camino de mi vida. Ver mi camino en paralelo al camino de otros hermanos y hermanas que a mi lado, con defectos, debilidades, necesidades... también intentan vivir la plenitud de su existencia con la gracia de Dios. Y esta fue la primera parte del camino: ¿Cómo vivo cada minuto mi existencia desde la fecundidad espiritual? ¿Cómo se muestra la acción de Dios en nosotros?
La verdad es que no encontré respuesta. Y si me arriesgase a dar alguna, sé que es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia. Ahora bien, si yo no me dejo empapar es difícil ser fermento fecundo de su amor de Padre y Madre. Tenemos que dejar de creer que simplemente con fiarnos desde la pasividad Dios va a hacer fecunda nuestra vida. Y no es así. Somos nosotros quienes debemos de ser receptores como la semilla se clava en la tierra y se deja enterrar, mojar por la lluvia e iluminar por el sol.
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