El cristiano no puede aspirar únicamente a conservar la gracia, sino que ha de esforzarse por aumentarla. El crecimiento es un signo de vitalidad y también la gracia -que es vida sobrenatural- pide crecer. Pero hemos de poner los medios que la desarrollan: la oración, los sacramentos y las buenas obras hechas de corazón. Particularmente, al recibir los sacramentos podemos crecer en gracia, porque en ellos comienza, se desarrolla, o se recupera cuando se ha perdido, la gracia de Cristo. En consecuencia, la vida del cristiano debe ser, por su propio peso, vida de confesión y comunión frecuente.
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