domingo, 13 de junio de 2010

¿Éxito o realización personal?

El polo opuesto del éxito no es la desesperación sino el fracaso. Lo contrario de la desesperación es la realización personal. Este es el núcleo central de la doctrina del psiquiatra vienés Viktor Frankl. No hay contradicción en el hecho de que se presente en su consulta un hombre de éxito, diplomado por Harvard, pero con intenciones suicidas, e inmediatamente después le llegue carta de un preso que le escribe desde la penitenciaría de Baltimore diciéndole que tiene 54 años, que está económicamente arruinado, pero que después de un profundo cambio interior ha encontrado un auténtico sentido a su vida y exclama a continuación: "iQué estupenda es la vida! ¡La abrazo!".

Dejemos que Frankl nos explique su cuadro clínico: "El hombre se mueve, por regla general, en un plano horizontal entre el éxito y el fracaso. Esta es la dimensión del homo sapiens, que quiere triunfar, sea como hombre de negocios o como play-boy. Pero una segunda dimensión, perpendicular a la primera, viene a añadirse a esta. Yo la denomino dimensión del homo patiens, del hombre que, incluso en medio de un dolor inevitable, sigue hacia adelante encontrando un sentido a su dolor". Los polos opuestos ya no son el éxito o el fracaso, sino la realización personal y la desesperación.

Sus pacientes eran frecuentemente hombres que en su aspiración a la felicidad giraban en tomo a sí mismos. Se dirigían en busca del placer que perseguían, y precisamente por ello -en la frustración-lo ahuyentaban y perdían: alcohólicos, depresivos, trastornados sexuales. "La trascendencia propia de la existencia humana -escribe Frankl- consiste en el hecho de que el ser humano siempre se proyecta, más allá de sí mismo, hacia algo que ya no es él mismo, sino hacia algo o alguien, un asunto o empresa a cuyo servicio se está, o una persona a la que se ama. Y solamente en la medida en que el hombre se trasciende de este modo se realiza también a sí mismo". Frankl explica esto con el ejemplo de la vista: el ojo sólo es capaz de percibir correctamente el mundo que le rodea, porque no puede ver nada de sí mismo. En el momento en que el ojo perciba algo de sí mismo se puede decir que está enfermo, ya se trate de las nubes que producen las cataratas, de color grisáceo, o bien de los resplandores arco iris del glaucoma.

La satisfacción en el servicio no se produce por el simple logro del éxito. La presión hacia el éxito se llama estrés, y el estrés se puede definir como sufrimiento en el trabajo que no gusta. La satisfacción en el servicio es consecuencia de la realización humana, y tiene que ver con la satisfacción de un sentido que plenifica.

De ahí, por ejemplo, que la empresa sea rentable y pueda mantener a sus colaboradores ganándose la vida con alimento y trabajo. Realmente, la felicidad, como el gozo en el esfuerzo, no se alcanza cuando se busca directamente: es la consecuencia de una entrega real a una tarea que nos desafía y nos realiza (Hillary), o a una persona a la que se quiere (Teresa de Calcuta).

Sobrellevar la fatiga, el sudor y la carga del trabajo -sin lo cual generalmente no hay ni servicio ni rendimiento- era un tema tradicional de la literatura religioso-ascética. Hoy lo hallamos en las publicaciones de nuestro secular mundo del trabajo. Lo que se dice a continuación no procede de la pluma de un abad medieval, sino de una aportación de H. Zemanek sobre la programación de sistemas, publicada en las Noticias de IBM (1975): "La disciplina consiste en la libertad que no se ejerce (...) pero sólo llorará la libertad a la que renunció quien desconozca los nuevos espacios de libertad que se abren por el sometimiento a la disciplina".

(*) Artículo publicado en NUESTRO TIEMPO, nº 592 (octubre 2003, pp 15-29)

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