Cuando nos alejamos de Dios, nos volvemos contra la Iglesia. El pecado es como aquella persona que no lleva lámpara, ni linterna, y camina por un sendero que está enfangado. Al no poseer luz, no ve que a un lado del camino existe una estrecha, pero hermosa, acera, limpia y con piso firme. Al no tener luz, su caminar es penoso y lleno de oscuridad, no ve peligros que acechan a su alrededor.
El sacramento del Bautismo nos hace hijos de Dios. Conservamos belleza y luz para caminar, hasta que el pecado y los hábitos desordenados nos calan como el barro que va adhiriéndose a los zapatos. De ahí la importancia de cuidar la luz de nuestro espíritu. Al rechazar la luz, el pecado nos arrastra y nos ponemos en contra de la Luz, en contra de la Iglesia. La atacamos y rechazamos porque vivimos de espaldas a Dios y a la verdad.
¿Por qué se ataca a la Iglesia? ¿Quién contra Dios? Yo, en pecado, perseguí a la Iglesia. Hoy, en gracia de Dios, la amo.
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