Solo llego a captar la grandeza de Dios y mi pequeñez cuando experimento mis fallos y percibo que, a pesar de todo, el amor de Dios me abraza, y con Él también yo poder abrazar mis fallos en todo momento y comprender que soy humano y vulnerable. Cuando la cruz se hace pesada y nos cuesta creer con fe viva, entonces nos da miedo el sufrir… y más conversaciones estúpidas invaden mi pensamiento.
El evangelio me enseña que no debo concentrarme en mis propios límites sino que debo confiar en el Señor mi Dios. Él me da el don de su Espíritu Santo y con su gracia puedo convertirme en la fuente, en ser su apóstol intrépido y en predicador incansables del evangelio.
El cristiano no teme, confía. El Espíritu Santo es el que vence mis miedos, Él es el que me convence de que estamos en las manos del que es sólo Amor y que en todo momento me acompaña. Suceda lo que suceda, tengo a mi lado la Misericordia. Desde mi debilidad pido hoy al Espíritu Santo que me libre del miedo a la cruz, del miedo al desprendimiento, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a perder nuestra vida para darla por Cristo.
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