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Jesús, hoy mi oración va dirigida hacia ti. Creo firmemente que Tú eres el Hijo de Dios que vino a este mundo para salvarnos. Sabes que te he fallado y que no soy digno de Ti muchas veces, pero hoy quiero seguirte, confiado en tu misericordia y en tu infinita dulzura de Padre. Quiero que esta oración abierta sea un rato que ilumine para corresponder con generosidad a tu inmensa fidelidad. Señor, Tú eres quien puede hacerme un buen cristiano y un apóstol fiel de tu Reino, no permitas que mi mediocridad y mi comodidad sean obstáculo para tu plan de salvación.
"En todos los Evangelios, vemos que Jesús amaba de modo especial a los que habían tomado decisiones erróneas, ya que una vez reconocida su equivocación, eran los que mejor se abrían a su mensaje de salvación. De hecho, Jesús fue criticado frecuentemente por aquellos miembros de la sociedad, que se tenían por justos, porque pasaba demasiado tiempo con gente de esa clase (…). Él les respondió: ‘…No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. Los que querían reconstruir sus vidas eran los más disponibles para escuchar a Jesús y a ser sus discípulos. Vosotros podéis seguir sus pasos; también vosotros, de modo particular, podéis acercaros particularmente a Jesús precisamente porque habéis elegido volver a Él. Podéis estar seguros que, al igual que el padre en el relato del hijo pródigo, Jesús os recibe con los brazos abiertos. Os ofrece su amor incondicional: la plenitud de la vida se encuentra precisamente en la profunda amistad con Él. (…) Que su Espíritu os guíe por el camino de la vida, obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas, abandonando las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte" (Benedicto XVI, 18 de julio de 2008).
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