Todos cargamos durante nuestra existencia con una Cruz, la Verdadera Cruz, la nuestra, de la que no podemos huir ni escapar porque nos abraza y se pega a nosotros hasta que los clavos nos unen a ella de por vida. Hasta la muerte. Esto le ocurre al rico y al pobre, al listo y al tonto, al inteligente y al necio, al bueno y al malo, al alto y al bajo, al guapo y al feo. Todos tenemos una gran Cruz que llevar y a la que estar clavados, formada por la viruta y los trozos de madera de pequeñas Cruces que contienen el diario de nuestra experiencia. Esa es nuestra Vera Cruz, nuestra Cruz Verdadera.
Deberíamos haber aprendido de los demás y el madero sería leve. Nuestros errores —cruces indelebles—- serían menos dañinos, pero el ser humano no escarmienta en cabeza ajena. Por eso, si somos conscientes, sabemos que no cumplimos. Y ese es el remordimiento, Cruz íntima y profunda que nadie ve porque se lleva dentro. Por eso, Cuaresma es tiempo de arrepentimiento. Pero existen además otras Cruces en la vida. El dolor, la incomprensión, la injusticia, el desamor, la desilusión, el desengaño... Todas llevan a su lado, iluminándolas, esa cera verde oscura que recuerda la carne lacerada que rodea y envuelve las heridas.
Ser maduro es, sobre todo, saber reconocer la Verdadera Cruz y aceptarla. Darle un abrazo hasta ser colgado de ella por los clavos.
Fuente: Javier Criado en ABC de Sevilla 15 de marzo de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario