Un señor hacía una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido, compró en el aeropuerto una especie de guía de los castillos de las islas. Algunos tenían días de visita y otros, horarios muy estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como “La visita de tu vida”.
En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente… Se explicaba allí que, por razones que después se comprenderían, las visitas no se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar una cita; es decir, día y hora. Intrigado por lo diferente de la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario.
Las cosas han sido siempre iguales en el mundo: basta que uno tenga una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual, para que todo se complique. Esta no fue la excepción y diez minutos más tarde de la hora pactada, el turista llegó al palacio.
Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida. -”¿Los demás ya pasaron con el guía?”, consultó al no ver a ningún otro visitante. -”¿Los demás? -repreguntó el hombre- No. . . las visitas son individuales y no tenemos guías que ofrecer”.
Sin hacerle mención del horario, le explicó un poco de la historia del castillo y le refirió algunos detalles sobre los que debía prestar especial atención. Las pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y la sala de torturas en la mazmorra. Dicho esto, le dio una cuchara y le pidió que la sostuviera en forma horizontal, con la parte cóncava hacia el techo.
-”¿Y esto?”, preguntó el visitante.
-”Nosotros no cobramos un derecho de visita -aclaró el recepcionista-Para evaluar el costo de su paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como esta, llena hasta el borde de arena fina. Aquí caben exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido… Una manera de evaluar el costo de la limpieza”, concluyó.
-”¿Y si no pierdo ni un gramo?”.
-”Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita”
Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio cómo el anfitrión colmaba de arena la cuchara y comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara. Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar de manera cuidadosa. Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento, era necesario inclinarse muy forzado y sostenerse de la barandilla. No era peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que se conformó con mirarlas desde lejos. Otro tanto, le pasó con la más que empinada escalera que conducía a las mazmorras. Por el pasillo, de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa que lo aguardaba con una balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen.
-”Asombroso, ha perdido menos de medio gramo -anunció- lo felicito y tal como usted predijo, esta visita le ha salido gratis”
-”Gracias…”.
-”Y… ¿ha disfrutado de la visita?”, preguntó el de la recepción.
El turista dudó y, por último, decidió ser sincero.
-”La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado en cuidar de la arena que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló”.
-”Pero… ¡Qué barbaridad!… Mire, voy a hacer una excepción. Voy a llenarle otra vez la cuchara, porque es la norma, pero ahora olvídese de cuánto derrama; faltan 12 minutos para el turno del próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue”.
Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara, corrió hacia el altillo, al llegar allí dio una mirada rápida a lo que había, bajó más que corriendo a las mazmorras y llenó las escaleras de arena. No se quedó casi ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el pasaje debajo de la escalera Al inclinarse para entrar, se le cayó la cuchara y derramó todo el contenido. Miró su reloj: habían pasado 11 minutos. Dejó otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la entrada a quien le entregó la cuchara vacía.
-”Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato”. -”¿Qué tal? ¿Ahora, disfrutó la visita?”
Otra vez el visitante dudó unos momentos y respondió: -”La verdad es que no; estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena, pero igual no disfruté nada”.
El hombre de la falda, encendió su pipa y le dijo: -”Hay quienes cuando recorren el castillo, “la visita de su vida”, tratan de que no les cueste nada, no pueden disfrutarlo. Hay otros tan apurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos, aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costos de vivir valen la pena”.
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