
El Concilio mismo la pone a María como el modelo del apostolado seglar. Ella fue una mujer seglar que estuvo en el mundo. La Virgen entra en la historia con este humilde carnet de identidad: profesión, sus labores; estado civil, desposada; como cualquier otra mujer que no tuviera nada de excepcional. Tenia un nombre concreto: “MARIA”. Así la llamaban sus vecinos, su esposo, su Hijo.
Ella vive en familia humildemente “¿no es éste el hijo del carpintero? Ella cumple la ley. María resume en sí misma las situaciones más características de la vida femenina, porque ella fue Virgen, desposada, esposa, Madre, viuda, etc.
Ella, dice el Concilio, “mientras vivió en este mundo, llevó una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos”. María cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador, y ¿cómo lo hizo?
Estaba donde tenia que estar y como tenia que estar, haciendo “lo que tenía que hacer” y como debía hacerlo, según el proyecto de Dios.
María fue novia, esposa, Madre, emigrante, viuda: ella estuvo en Belén donde debía estar, en unos momentos en que hubiese preferido estar en Nazaret: dio a luz en una cueva y no en su propia casa.
Ella estuvo en Egipto como huida, como emigrante, cuando le hubiese gustado Nazaret.
Ella hizo lo que tenía que hacer: estar en Nazaret, atender y cuidar a su esposo y a su Hijo, pero con “su pensamiento, su preocupación y su amor puesto en todos los hombres…”
Ella no hizo cosas grandes y extraordinarias, sino que hizo las cosas pequeñas, lo que tenía que hacer, con una perfección y un amor grande y extraordinario.
Ella llevó una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y trabajos. (Belén, Egipto, Nazaret, Templo, Pasión y Cruz), lo propio de una esposa y madre modesta, y esto no fue un obstáculo para estar unida al Señor. Ella no dio discursos, sino que guardó silencio… Así ella cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador con su silencio… Silencio antes de la encarnación, silencio en la encarnación: sin publicar nada, sin alardes, sin espectáculos. Silencio en Belén y en el destierro. Silencio grande en Nazaret. Silencio en la vida pública de Jesús. Silencio en la cruz. Silencio en la iglesia naciente.
También cooperó con sus palabras, pocas y comprometidas: “He aquí… hágase”. “Hijo ¿porqué lo has hecho?”...”No tienen vino. Haced lo que él os diga”…, pero haciendo lo que tenía que hacer.
Pero las pocas palabras de María y sus silencios, no son sinónimos de una postura pasiva y de inhibición, de despreocupación ante las necesidades y los problemas de los demás, sino todo lo contrario: la postura de María que aparece en distintos momentos de su vida fue de solidaridad, de aceptación, de entrega, de amor, de servicio y compromiso. Basta recordar su SÏ en la encarnación con todo lo que llevaba consigo; su visita de servicio a su prima Isabel, su actitud en Caná y en la cruz, y el Magníficat.
Y, ahora María, ya asunta a los cielos ¿qué?
Desentendida de este mundo? No, todo lo contrario, porque ella sigue ejerciendo su función maternal.
Escucha lo que nos dice el Concilio Vaticano II: “Y ahora, María Asunta a los cielos CUIDA con amor materno a los HERMANOS DE SU HIJO que peregrinan todavía y se ven en peligros y angustias.
Y ¿quiénes son los hermanos de su Hijo? Tú y yo. Todos y cada uno de los que peregrinamos por esta tierra. Y ahora cuida de nosotros.
Pero ¿cómo nos cuida? Con amor materno, es decir : con la solicitud, el amor, el cariño, la entrega, la ternura y la alegría de una Madre. Como solo Ella sabe hacerlo.
No olvides que María es la Madre de todas las Madres.
SANTA MARIA, MADRE DE DIOS Y MADRE DE TODOS LOS HOMBRES CUIDA DE NOSOTROS
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