Más que quejarnos de que haya tanto mal, los hombres de buena voluntad, y sobre todo los cristianos, debemos esforzarnos por proyectar y conseguir un mundo mejor, más justo, más perfecto; un mundo en el que se perciba más la presencia de Dios y el acatamiento de su ley por el ser humano. Y esto, empezando cada uno por mejorar su propia conducta, que es la conversión personal. A todos, convencidos de que somos pecadores, nos vendría muy bien hacer la misma pregunta que aquellos grupos dirigían al Bautista cuando predicaba la conversión a orillas del Jordán: “Entonces, ¿qué debemos hacer?” (Lc. 3, 10).
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