Ofrezco testimonio en este blog de la carta que ha escrito mi hermana de comunidad matrimonial, cómo se ve dónde vive Cristo y cómo se le nota a Cristo. Un beso grande María y gracias.
Sevilla, 22 de febrero de 2008
He observado que el ABC dedica cada día varia páginas a la Cuaresma. Considero que, hoy en día, es un privilegio que un periódico dedique tanto espacio para los católicos.
Sin embargo, cuando cada día ojeo esas páginas, hecho de menos lo fundamental: Jesucristo. Se habla de cofradías, pasos, vírgenes, … pero para mí la cuaresma es otra cosa.
Es una lástima que ese espacio no se dedique a hablar de este tiempo extraordinario, que nos llama a volver nuestro corazón a Cristo Crucificado, a un Cristo que no es el que paseamos por las calles, sino que hoy Cristo sigue crucificado en el mendigo, en el marginado, en ese que cuando vemos cambiamos de acera. Cristo crucificado es el inmigrante desesperado, la viuda desconsolada que acaba de perder a su marido, los padres que acaban de enterrar a su hijo muerto tras una penosa enfermedad o un accidente, los matrimonios que han perdido la ilusión y no encuentran sentido a sus vidas, ….
Cristo crucificado no es agradable de ver. Es espantoso. Es desagradable a la vista. Como leemos en Isaías “muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, sin aspecto atrayente, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres”.
Junto a este Cristo crucificado, doloroso, sufriente, es con quien debemos estar los cristianos. Éste es tiempo de recapacitar y reconocer que la auténtica Iglesia de Jesucristo es la que acompaña al hombre en sus sufrimientos.
Sería bueno, además, aprovechar esas páginas para iluminar y dar esperanza a las personas que sufren, hablándoles de que la Semana Santa no termina el día que sale el último paso, sino que al final está la resurrección, la victoria de la vida sobre la muerte, sobre el sufrimiento y el dolor.
Enseñar el valor tan grande que puede llegar a tener el sacrificio y la penitencia de los costaleros, los nazarenos…
Anunciar que nuestra religión es la de un Dios cercano, que se ha hecho hombre y conoce nuestros sufrimientos y problemas, porque Él mismo los vivió y los sigue viviendo hoy al lado de cada uno. Proclamar que Cristo está vivo y presente en nuestra sociedad. Que en cada sagrario está Él realmente presente, esperando que vayamos a visitarlo, a llorarle y gritarle, a pedirle que nos ayude y que nos ofrece su apoyo para seguir caminando.
Es una pena que los hermanos mayores y los sacerdotes que en estos días tienen las iglesias a reventar entre pregones, quinarios, vía crucis… y columnas del periódico a su disposición, no aprovechen para iluminar y entusiasmar a los cristianos que estamos tan adormecidos con el auténtico Jesucristo.
Sin embargo, cuando cada día ojeo esas páginas, hecho de menos lo fundamental: Jesucristo. Se habla de cofradías, pasos, vírgenes, … pero para mí la cuaresma es otra cosa.
Es una lástima que ese espacio no se dedique a hablar de este tiempo extraordinario, que nos llama a volver nuestro corazón a Cristo Crucificado, a un Cristo que no es el que paseamos por las calles, sino que hoy Cristo sigue crucificado en el mendigo, en el marginado, en ese que cuando vemos cambiamos de acera. Cristo crucificado es el inmigrante desesperado, la viuda desconsolada que acaba de perder a su marido, los padres que acaban de enterrar a su hijo muerto tras una penosa enfermedad o un accidente, los matrimonios que han perdido la ilusión y no encuentran sentido a sus vidas, ….

Junto a este Cristo crucificado, doloroso, sufriente, es con quien debemos estar los cristianos. Éste es tiempo de recapacitar y reconocer que la auténtica Iglesia de Jesucristo es la que acompaña al hombre en sus sufrimientos.
Sería bueno, además, aprovechar esas páginas para iluminar y dar esperanza a las personas que sufren, hablándoles de que la Semana Santa no termina el día que sale el último paso, sino que al final está la resurrección, la victoria de la vida sobre la muerte, sobre el sufrimiento y el dolor.
Enseñar el valor tan grande que puede llegar a tener el sacrificio y la penitencia de los costaleros, los nazarenos…
Anunciar que nuestra religión es la de un Dios cercano, que se ha hecho hombre y conoce nuestros sufrimientos y problemas, porque Él mismo los vivió y los sigue viviendo hoy al lado de cada uno. Proclamar que Cristo está vivo y presente en nuestra sociedad. Que en cada sagrario está Él realmente presente, esperando que vayamos a visitarlo, a llorarle y gritarle, a pedirle que nos ayude y que nos ofrece su apoyo para seguir caminando.
Es una pena que los hermanos mayores y los sacerdotes que en estos días tienen las iglesias a reventar entre pregones, quinarios, vía crucis… y columnas del periódico a su disposición, no aprovechen para iluminar y entusiasmar a los cristianos que estamos tan adormecidos con el auténtico Jesucristo.
María Pemán Domecq
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