Dios fue silencioso durante muchos siglos, y en ese silencio se gestaba la comunicación más entrañable: el diálogo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para mí el silencio es esa capacidad interior que se centra en el control del estado interior y consecuntemente de lo exterior. Es esa capacidad de callar, de escuchar, de recogimiento.
Para ser cristianos hoy, el silencio también me sirve para cerrar la boca en momentos oportunos, de calmar la exaltación interior, de sentirse dueño de sí mismo y no dominado o esclavo de sus alborotos.
Con todo ello, el silencio me sirve para reponer fuerzas, energías espirituales, calmarse, para encontrarnos con nosotros mismos, para conocernos mejor, más profundamente. Es imprescindible para ser creativos. Pero fundamentalmente, el silencio diario es un encuentro con Dios. Él quiere menos palabrería. Como a todos nos sucede, necesitamos que nos escuchen y que nos digan menos palabras.
Las grandes decisiones en la vida nacieron de momentos de silencio. Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal.
Reflexiones de un artículo de P. Antonio Rivero LC
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