miércoles, 10 de septiembre de 2008

A ser santos llaman

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.
“Esta es la voluntad de Dios, su santificación. Porque Dios nos llamó para que vivamos santidad” (1Ts 4, 8) El cristiano, desde su bautismo, en un estuche que encierra la joya de más valor, como es la gracia de Dios. Esa gracia divina, que Pablo llama “santidad”, se ha de conservar y acrecentar, sin guardarla nunca ociosa, porque hay que consumarla en su perfección. Pablo nos lo dice hoy con toda su energía, como antaño a los tesalonicenses: “Esta es la voluntad de Dios, la santificación de ustedes”. Pablo ha venido a proponernos, cambiando las palabras, lo mismo que Jesús proclamó en su discurso de la Montaña: “Sean perfectos, como es perfecto su Padre que está en el cielo” (Mt 5,48) Ante el programa propuesto por Pablo, y antes por Jesús, la Iglesia ha mantenido siempre vivo el ideal de la santidad.
¿Y cómo nos hace Dios santos, si antes éramos pecadores? ¡Por el bendito Bautismo! “En él hemos sido lavados, hemos sido santificados, hemos sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11) Esto lo ha hecho Dios con todos los hijos de la Iglesia, porque “Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla” hasta convertirnos en templo santo, ese templo que somos nosotros” (Ef 5,25; 1Co 3,17) Todo lo realizó Dios por Jesucristo, causa de nuestra santificación, porque “de Dios nos viene el estar en Cristo Jesús, al cual Dios hizo para nosotros santificación” (1Co 1,30) Así va discurriendo Pablo. Así nos habla. Y así grita hoy, igual que entonces a los de Tesalónica: “¡Sean santos!”… La santidad, según San Pablo, es una verdadera vocación de Dios, que llama a la santidad a todos los cristianos, como lo expresa al saludar a los de Corinto o a los de Roma: “A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. “A todos los amados de Dios que están en Roma, santos por vocación”. Para Pablo, lo de menos es que un cristiano sea hombre o mujer, casado o soltero, abogado o campesino, Presidenta del Gobierno o costurera, Papa Vicario de Jesucristo o pescador del puerto… Desde el primero al último de los bautizados - aunque en la Iglesia tenga cada uno un carisma diferente- , todos los hijos de la Iglesia tienen por igual la misma y suprema vocación: ser santos y santas para ser mañana los florones más vistosos que adornen el Cielo.
Fuente del extracto: Catholic.net Autor: Pedro García Misionero Claretiano

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