domingo, 6 de junio de 2010

La Pedagogía Marista


Su concepto de educación integral, de la que ya hemos hablado, su concepto sobre el "hombre completo" como criatura dotada de sensibilidad y de razón, y llamada a la vida divina, ilumina también con toda claridad su visión del educando.

Champagnat ha dicho "que no se puede comenzar a construir desde el techo y que antes que al virtuoso y al santo, es preciso formar al hombre". No pretende hablar de una prioridad cronológica, sino sólo de una realidad concreta para evitar los riesgos peligrosos del angelismo tipo cartesiano, basado en cierto jansenismo no desaparecido por completo en la Francia de entonces.

De hecho, es evidente, cuando se ponen los cimientos, está ya en mente la idea completa del edificio, incluso el techo. La educación es una obra unitaria por excelencia y esta unidad le viene del fin, que está continuamente presente.

Por tanto, la exposición que sigue, podrá dar la impresión de planos diferentes, pero es necesario tener presente que todo se debe a "las peculiaridades del lenguaje" que necesariamente expresa una cosa antes que la otra.

Lo que es el educando

Cada hombre es el centro de la obra salvífica de Dios. Puesto que para Champagnat educar es cooperar con Dios en esta obra, para él, el educando es el centro de toda la obra educativa. Para realizarla bien, se deben tener muy claros el punto de partida y el punto de llegada, es decir, lo que el educando es en concreto y la meta que debe tener en mente quien educa.

Es un ser en potencia

En cuanto niño, es la flor, el ornamento del género humano por su inocencia, su sencillez, su candor, la luz que emana de sus ojos. Posee posibilidad física, intelectual, afectiva, volitiva, religiosa, social, capaces de desarrollo a veces muy grande. De aquí la insistencia en temas ya tratados, pero ahora analizados desde un nuevo punto de vista.

Es la planta que debe ser cultivada; es la construcción cuyos cimientos importa que sean sólidos; es el viajero que debe realizar el viaje del que desconoce el camino y que los padres nos los confían como un tesoro, al igual que Tobías confió su hijo al desconocido arcángel Refael.

Pero el Padre Champagnat nunca pierde de vista lo esencial: no olvida que dada uno de estos niños, a través de sus padres, nos son confiados por Dios, que nos pedirá cuentas. Cada uno de esos niños no sólo es como persona, la criatura visible más perfecta, hecha a imagen y semejanza de Dios, es también, verdaderamente hijo de Dios. Y esto no es tan sólo una forma de hablar, sino una realidad profunda: "¡Ved como nos ha amado el Padre! Nos ha llamado a ser sus hijos; ¡y lo somos!" (1 Jn. 3,1)

Recordamos la predilección de Jesús por los niños: "Sinite parvulos venire ad me" (Mc. 10,14) y su promesa de considerar como hecho a Él mismo lo que hiciéremos al más pequeño de sus hermanos.

Es el título de nobleza de cada hijo o alumno; título que justifica la insistencia del Padre Champagnat sobre el "santo respeto debido al niño" al que dedicó el capítulo 38 de Avisos, Lecciones y Sentencias.

Después de la síntesis, retomaremos las diversas imágenes para oír más directamente la voz del Fundador en su lenguaje vivo y expresivo.

El educando es una planta que necesita injerto, si ha sido salvaje, es decir, que todavía no ha recibido ninguna educación, desprovisto de buenos principios o incluso negativos, bajo el punto de vista moral. En tal caso de manera consciente o inconsciente, es como el desheredado que nos pide todo a lo que tiene derecho de esperar.

Es una planta que necesita poda.

Existen deferentes formas de poda no sólo según el tipo de planta, sino también según la forma que se quiere dar y los frutos que queremos obtener.

Las potencialidades personales, las aspiraciones fundadas, las tendencias hacia actitudes, son otros tantos indicadores y llamadas para el maestro atento, que debe tener la prudencia de no permitir a la planta que produzca frutos con excesiva rapidez, o con demasiada abundancia, para que no se agote en poco tiempo. En otras palabras, se trata de proporcionar las exigencias a la edad y a las posibilidades de cada uno.

El Padre Champagnat, "sabiendo que no todos están llamados a recorrer el mismo camino y que el mejor medio de hacerlos avanzar y colaborar con la gracia, era el dirigir al formando según sus particulares atractivos, no exigía de cada uno sino el esfuerzo correspondiente a sus disposiciones y a su capacidad.

Es una flor, principio y germen del fruto. Pero ¡qué delicada es una flor! Un viento fuerte... una helada, lluvia demasiado abundante, pueden arruinarla. Así, puede ser fatal para la formación de un joven, un tratamiento demasiado severo, la carencia de espíritu paternal y de comprensión, o viceversa, la demasiada indulgencia.

Es como un fruto que está naciendo: puede perecer y no alcanzar la madurez necesaria por falta de sabia, por un pequeño gusano que se ha desarrollado en su interior, por el ambiente malsano en el que crece. Así puede fallar el joven que no ora y que no se esfuerza, que se deja llevar de las pasiones o que se deja envolver por las malas compañías.

Es un ser débil, inconstante, sin experiencia.

No sabe lo que es o lo que puede ni lo que debe ser; pasa fácilmente de un extremo al otro; su voluntad y su carácter son todavía muy débiles. Sobre todo, "el desaliento y la inconstancia son sus dos grandes defectos" No podrá superarlos solo. "Vive el momento crítico en el que se decide su porvenir... Necesita ser escuchado, con bondad paternal, animado, confrontado... Es necesario indicarle la fuente de la fortaleza, de la luz, de la alegría en la oración asidua y en la fervorosa frecuencia de los Sacramentos".

Y sobre todo, es templo del Espíritu Santo.

Marcelino Champagnat tiene una conciencia viva de la presencia del Espíritu Santo, que modela el alma desde dentro y que es el principal artífice de la educación. Sabe que el educador es tan solo el instrumento y colaborador, porque Dios actúa en el hombre sirviéndose de otros hombres; sabe que a él le toca descubrir humildemente, los caminos por los que el Espíritu quiere guiar al educando y ayudarle a dejarse conducir con activa disponibilidad.

Lo que debe ser.

La educación es precisamente el paso de lo que se es a lo que se debe ser. Hemos visto lo que ésto conlleva para el educador; veamos lo que encierra para el educando.

Ante todo, un conocimiento siempre más consciente de su vocación al crecimiento, a la plenitud, que no es algo externo, que se le imponga, sino una exigencia inscrita en su mismo ser.

Luego, la voluntad de tender a ese crecimiento con todas sus fuerzas, primero, colaborando con la acción de sus educadores, luego, tomando en sus propias manos el timón de su vida, valiéndose de la ayuda proporcionada por sus padres y sus educadores.

Por encima de todo, una atención dócil para captar las voces del más importante de sus colaboradores, el Espíritu Santo, para la realización personal que lo lleva a escuchar en su interior la voz del Divino Maestro.

Si tales exigencias se realizan con buena voluntad, la planta será capaz de dar frutos buenos y copiosos, la construcción será fuerte y capaz de resistir cualquier desafío; el pequeño, conducido anteriormente de la mano, se convertirá en el viajero que camina seguro y tranquilo rumbo a la meta, siendo incluso, capaz de conducir a otros; el redimido por Cristo vivirá realmente como hijo de Dios, y su rostro irradiará la luz del Padre, testimonio vivo para los que le rodean.

Dejemos a un lado la metáfora: a medida que pasa de la etapa de niño a la pre-adolescencia, a la adolescencia, a la juventud, el educador tendrá que adaptar los métodos y los medios; y el educando dará su libre colaboración. Las dos acciones, conjugadas bajo la guía del Espíritu Santo, permitirán alcanzar lo que podría ser la perfección de cada estadio. La vida es una ascensión hacia la plenitud del ser, y el educador el guía que sostiene en esta subida. Pero las cumbres deben ser escaladas etapa por etapa. Así es la vida.

Estas etapas debemos graduarlas de acuerdo con la edad, las fuerzas, la situación de cada uno, para ser justos y no desanimar. El Padre Champagnat "no exigía a nadie más que lo que era capaz, en relación con la gracia y las disposiciones que iba descubriendo", todo lo exigía con bondad y dulzura, pero también con firmeza.

El educador atento y el joven que en verdad desea realizarse pueden evaluar los resultados obtenidos, no ciertamente para vanagloria, sino con miras a una nueva programación o una eventual corrección del rumbo. Son exámenes de conciencia indispensables al joven, pero también a los padres y a los educadores, ya sea individualmente o junto con sus colegas, que actúan en los mismos alumnos.

La escasez de los encuentros entre educadores, entre educadores y alumnos, la repugnancia con la que se ven tales encuentros, y la ausencia de muchos padres a las reuniones escolares cuando el niño va bien en los estudios, ¿a qué se deben? ¿Son tal vez señal del desinterés e incomprensión por el aspecto más importante de nuestro trabajo? ¿O qué otro significado pueden tener?

No será posible ningún momento de evaluación o de programación si no se tiene presente la meta final, que condiciona todas las metas particulares. Lo que nos ha dicho el Padre Champagnat, es el objetivo que quiere que tengamos siempre presente, es el mismo educando, su formación integral, su plena realización humana y sobrenatural.

El ideal, imposible para nosotros, es el poder tener siempre presente la obra maestra de humanidad y de gracia, que el amor divino va forjando día a día y en cuya realización nos llama a colaborar.

El verdadero amor, la dedicación, el estudio de nuestros jóvenes y la oración en unión con el Primer Educador, nos permitirán entrever las líneas esenciales de su proyecto y adherirnos útilmente a ellas.

La imagen ideal

Sintetizando las enseñanzas del Fundador podríamos intentar trazar la imagen ideal del educando, bajando a lo concreto de cada individuo y ver, no de manera estática, sino en continuo devenir, con el estímulo de los educadores y el esfuerzo personal.

1º- El educando es un sujeto cada vez más consciente de que las pontencialidades con las que ha sido dotado, son una llamada a realizarse plenamente a sí mismo, e implican para él no sólo el derecho de poderlo realizar, sino también el preciso deber de empeñarse en esta realización de su persona.

2º- De la misma manera se da cuenta que los aspectos negativos que descubre en él, constituyen obstáculos que es necesario eliminar.

3º- Se abre al mundo de los valores, objeto de toda búsqueda humana, y a través de la experiencia, la reflexión, la ayuda de los otros, llega a establecer en relación con ellos, una jerarquía, en cuya cumbre están los valores absolutos.

4º- Descubre paulatinamente lo que puede llamarse la vocación personal, es decir, el ideal de lo que quiere ser, y siente poder alcanzarlo en base a sus posibilidades reales, a sus aspiraciones, a la libre elección de los valores.

5º- Crece en él el sentido de responsabilidad frente al éxito o el fracaso de su vida, que siente depender de la respuesta o de la elección de los actos cotidianos de cara al ideal y a la jerarquía de valores.

6º- Siente cada vez más la necesidad de lograr la unidad de todas sus energías para llegar a la realización de su ideal. Esto exige la superación de las dispersiones características de la primera edad, pero no exclusiva; exige que los conflictos interiores se cambien en armonía; que sus relaciones con los demás, estén reguladas por el respeto, la apertura, la capacidad de darse. Esta unidad de su personalidad en marcha hacia su realización personal, lo conducirá a la conquista de la verdadera libertad, a llegar a ser un hombre verdaderamente libre, con capacidad de una libre entrega de sí mismo.

7º- Conocedor de la grandeza y de la dificultad de una vida enfocada a un ideal elevado, siente, como necesidad absoluta, la ayuda divina y ora para obtener la fuerza necesaria. Sabe que su verdadero ideal es Cristo y mantiene su mirada fija para dejarse transformar por El.

"Las virtudes no se alcanzan sin esfuerzo; los defectos no se corrigen sin lucha. Podemos animar al educando, pero sólo él debe erradicar el mal que está en él, y desarrollar las buenas cualidades. Ahora bien, sin la oración todo esto está por encima de las fuerzas humanas."

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