La última característica de la Iglesia es su conexión al pasado, particularmente la posibilidad que tiene de rastrear sus orígenes hasta los primeros apóstoles— esos 12 hombres escogidos personalmente por Jesús, en adición a los 72 discípulos, que también seguían al Maestro pero a cierta distancia. La palabra apóstol viene del griego apostello, que significa ser enviado o ser despachado, y la palabra discípulo viene del latín discipulus que significa estudiante.
Jesús fundó la Iglesia sobre los apóstoles, y la necesidad de mantener esas raíces no es algo meramente nostálgico. Cada diácono, sacerdote y obispo ordenado, puede rastrear su ordenación en la historia hasta llegar finalmente a uno de los 12 apóstoles. Por eso es tan importante que permanezca claro ese eslabón, ese enlace al pasado. Su credibilidad y su autoridad pueden ser rastreadas hasta llegar a esos primeros pescadores que Jesús escogió para guiar su Iglesia. Apostólica significa que la Iglesia posee ligazones, raíces y conexiones particulares con esos 12 apóstoles originales que Jesús eligió para fundar su Iglesia: Simón Pedro, su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe, Tomás, Bartolomé o Natanael, Mateo, Santiago el Menor, Simón el Zelote, Judas Tadeo y, por supuesto, el infame Judas Iscariote, quien traicionó al Señor.
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